martes, 15 de julio de 2014

Confesiones a mí misma

Llega un día, así un día cualquiera en que ya no das más porque no te hallas con la vida. En los últimos meses, pese a cualquier optimismo que le meta a mi actitud, algo no termina de cuadrarme. Así que aquí estoy, definiendo qué es eso que tanto malestar me causa. Llegué a la conclusión de que a veces no somos lo suficientemente honestos con nosotros mismos. Así que una noche, de esas en que estoy recostada mirando al techo me dije a mí misma, en un silencio eterno: Ya no quiero hacer nada de lo que estoy haciendo actualmente, no estoy apasionada. ¿Y a qué me refiero con eso? Pues que me di cuenta de que me fui contra marea durante cinco años de carrera por empecinada y porque al estar rodeada de hombres, uno me parecía más soquete que otro, así que solía decirme: ¿Por qué no? No discuto que muchos de los compañeros con quienes compartí las aulas de clase son personas brillantes y muy inteligentes, yo no me catalogo como la lumbrera en la materia, pero yo tenía algo que pocos tienen: esa cosa llamada disciplina que se te pega usualmente cuando eres deportista. En la universidad no fui suprema, simplemente me dediqué a cumplir, a ser ordenada y a opinar cuando conocía de la materia, de lo contrario no hablaba incoherencias, lo cual significó pasar gran parte en silencio... simplemente escuchando. Confieso que no quiero llevar a cabo mi tesis, quizás porque no me siento entusiasmada por hacerla. En lugar de eso, quisiera empezar de nuevo, irme a París a estudiar Artes. Estudiar piano e italiano.
Quiero ir al mar y contarle a Dios lo asfixiada que me siento. No necesariamente debo ir a la playa para conversar con Él, pero es justo allí donde más conectados nos sentimos. Confieso que quiero renunciar a mi empleo, quiero dejar de estresarme por cosas que no me hacen feliz. Entonces te haces la fatírica pregunta de: ¿desperdicié 5 años de mi vida así sin más ni más por mis caprichos? No sé qué tanto sentido tiene irse en contra de la marea en ciertas ocasiones. A veces creo que lo que debe ser, debe ser y punto.
Confieso que quiero perderme de todo y todos, que aunque se lea egoísta, es lo que quiero. Entonces la siguiente cuestión es: ¿por qué no lo haces?
A veces pesa más la responsabilidad con terceros que con nosotros mismos. El otro día papá me decía muy apenado que espera no haber gastado tanto dinero en ayudarme a pagar la carrera. Entonces quisiera decirle que no, que aprendí a ser independiente, que conocí a mucha gente increíble y que cada uno ha aportado algo hermoso a mi vida. Quisiera decirle que aprendí a tolerar, a ser paciente, a lidiar con el estrés, a respetar y a ser leal. Quisiera que entienda lo importante que ha sido esos cinco años en mi vida, pero que ya no puedo más, que ya no quiero seguir siendo esa estudiante aplicada de la que tan orgullosos ellos se sienten. Los padres, los padres a veces esperan tanto de sus hijos que suelen terminar por lanzarlos a un abismo, o viceversa, a veces esperamos tanto de nuestros padres, que nuestros juzgamientos terminan por ahondarlos. Como quiera que fuere, no soy feliz, simplemente no lo soy. Y no sé qué estoy esperando para avanzar. Supongo que quien quiera que esté leyendo este blog, en algún momento debió sentirse así, posiblemente decidió ser indiferente ante su propia vida y continuó y ahora es un oficinista de ocho horas que detesta su trabajo y está casado, tiene cuatro hijos y trabaja para darles el estudio y escuchar las quejas constantes de su esposa, posiblemente no. Quizás quien haya sentido esto, encontró una solución mucho más práctica y decidió cambiar de estrategia y por ende de rumbo. Sin embargo, habrá quienes se sigan haciendo la pregunta de ¿qué cambiar? Quizás estén escribiendo otro blog menos morelio como yo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario